Por qué el mundo no podrá alimentarse en 2027

Los expertos pronostican 3 grandes soluciones para evitar un colapso alimentario mundial en menos de una década

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“Acabar con el hambre, conseguir la seguridad alimentaria global, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible (hacia 2030)”. Este era el objetivo número 2 que la ONU fijó en 2015. Pero hoy siguen habiendo 3.5 billones de personas que todavía pasan hambre y algunos pronósticos son funestos:hacia 2027 el mundo ya no podrá alimentarse. ¿Pero no dijo la FAO que sería en 2050?

No, será en 10 años. Así lo recoge el World Economic Forum en palabras de Sara Menker, fundadora y directora de Gro Intelligence, una empresa de big data agrícola. “Hacia 2050 se espera que la población mundial alcance los 9,1 billones de personas y la FAO predice que el mundo necesitará producir un 70% de comida para alimentarlas. Pero el problema de estas estimaciones que se usa el peso y no el valor nutricional de los alimentos”.

“¿Por qué hablamos de la comida en términos de peso? Porque es fácil. Pero lo que nos importa de la comida es su valor nutricional. No todas las comidas son iguales aunque pesen lo mismo”, dijo Menker en un evento de TedGlobal en Arusha, Tanzania, que calcula que habrá un déficit calórico de 214 trillones de calorías en 2027, que compara con 279 billones de bigmacs, más de los que el gigante hamburguesero ha producido en toda su existencia.

Las soluciones que propone Menker son la reforma de la industria agrícola de los países africanos y de la India, cuya demanda está creciendo rápidamente, así como los modos en los que la gente compra y consume comida, reducir los desperdicios, mejorar la infraestructura y el rendimiento de las cosechas.

 

El problema de estas estimaciones que se usa el peso y no el valor nutricional de los alimentos.

 

 

Pero no termina ahí el problema. POLITICO publicó la semana pasada un dossier sobre la salud que nos depara el futuro llamado Agenda 2020 y entre sus reportajes se cuenta The Great Nutrient Collapseque tiene una relevancia especial para contraponerlo con los anteriores datos de la FAO y Gro Intelligence. Su mensaje es este: el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera está cambiando los alimentos que comemos. Y lo que es peor es que, está convirtiendo a las plantas en comida basura.

 

 

La explicación es sencilla. Al contrario de lo que alegó el congresista republicano Lamar Smith, que dirige el Comité de Ciencia de la cámara baja del congreso de los Estados Unidos bajo la premisa de que el cambio climático es algo bueno, el aumento del  CO² en la atmosfera no favorece el crecimiento de las plantas. Si bien es cierto, como todo el mundo sabe, que las plantas necesitan el  CO² para desarrollarse, un exceso del mismo en la atmósfera acelera la fotosíntesis de tal manera que la concentración de hidratos de carbono se incrementa y la de minerales y proteínas decrece.

En cifras: las plantas dentro de la categoría C3, o sea, el 95% de plantas de la tierra, entre las que se incluyen el trigo, el arroz, el centeno y las patatas, padecen una reducción de minerales de un 8% cuando están expuestas a concentraciones de  CO² similares a las que tendremos en el futuro. En el caso de las proteínas, se reducen en un 6% en el trigo y un 8% en el arroz.

 

Un exceso de  CO² en la atmósfera acelera la fotosíntesis de tal manera que la concentración de hidratos de carbono se incrementa y la de minerales y proteínas decrece.

 

 

Lo sorprendente es que apenas nadie ha relacionado las consecuencias del cambio climático con el impacto sobre el crecimiento de las plantas.

POLITICO cuenta que contactó con los nutricionistas más importantes del mundo y nadie había oído hablar de la problemática. Sin embargo, la gran mayoría de ellos se interesó por la conexión entre salud y cambio climático. Esto es lo que Irakli Loladze, el matemático que lidera la investigación, ha descubierto tras 15 años investigando y revisando artículos y que publicó en 2014 en el estudio más profundo sobre la materia hasta la fecha: en efecto, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera reduce de media un 8% los minerales en las plantas. “El cambio es sistémico y global. Su potencial de exacerbar la prevalencia del ‘hambre escondido’ y la obesidad está sobre la mesa”, decía Loladze. Sin duda, los nutricionistas han quedado alarmados por el posible vínculo entre las consecuencias en las plantas de ese ascenso del  CO², que a su vez las haría más ricas en carbohidratos, y el aumento de las enfermedades cardiovasculares y la obesidad.

 

Su potencial de exacerbar la prevalencia del ‘hambre escondido’ y la obesidad está sobre la mesa.

 

 

No es para tomárselo en broma, ya que si antes de la revolución industrial en la atmósfera había 280 partes por millón de dióxido de carbono, este año el planeta ha superado las 400 y en el próximo medio siglo se espera que alcance las 550. Pero a pesar de que las primeras confirmaciones que obtuvo Loladze se remontan a 1998 y fueron publicadas en una de las principales revistas científicas, Trends in Ecology and Evolution, cuenta que no ha sido nada fácil obtener fondos para proseguir con la investigación.

En resumen, explica Loladze, para intentar responder a estas hipótesis hay que conocer la fisiología de las plantas, hay que saber de agricultura, nutrición y matemáticas. Es un tema interdisciplinar que cae en tierra de nadie y además, comenta para POLITICO, en los departamentos de matemáticas no están especialmente interesados en solucionar problemas sobre agricultura y salud humana. Y, por otro lado, los experimentos, como el FACE (por sus siglas “free-air carbon dioxide enrichment”, que sopla dióxido de carbono a las plantas) son muy costosos.

 

Los departamentos de matemáticas no están especialmente interesados en solucionar problemas sobre agricultura y salud humana.

 

 

Pero parece que poco a poco el camino abierto por Loladze empiezan a recorrerlo otros científicos interesados por la materia. Uno de los más relevantes es Lewis Ziska, una fisióloga  que trabaja en el Servicio de Investigación en Agricultura del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos.Ella investiga, gracias a las muestras que el Instituto Smithsonian guarda desde 1842, cómo el aumento del  CO² afecta a la planta solidago, un especimen salvaje que es la principal fuente de proteínas de las abejas. Al ser una planta que nunca ha sido hibridada por el hombre, su composición solamente ha podido verse alterada por factores climatológicos. De rebote, en la investigación de Lewis podría encontrarse una de las explicaciones por las que la muerte de las abejas se ha incrementado en las últimas décadas.

“Estamos ignorando nuestra capacidad de interceder y empezar a usar las herramientas tradicionales, como la hibridación, para compensar esto. Empezando ahora, podemos tardar entre 15 y 20 años desde que se desarrolla algo en el laboratorio hasta que se implanta en el campo”,sentenciaba Ziska.

 

“Estamos ignorando nuestra capacidad de interceder y empezar a usar las herramientas tradicionales para compensar esto.

 

 

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