¿A qué huele la esquizofrenia?

La respuesta a esta inquietante pregunta une a Thomas Harris y a David Foster Wallace

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¿A qué huele la esquizofrenia?

Ahora sabemos que a nada. Pero hace cincuenta años no era así.

La teoría errónea y la posible relación entre el olor y el remedio de la enfermedad permanecieron en el imaginario psiquiátrico durante los sesenta y durante buena parte de los setenta. Cuando la revista de divulgación científica Science publicó la composición química de los olores que supuestamente segregaban los esquizofrénicos: ácido trans-3-metil-2 hexenoico (o TMHA).

Cuatro años después, la teoría fue desmentida y desmontada. ¿Pero de dónde procedía, entonces, la confusión?

Hay pocos lugares más terroríficos que un sanatorio mental de mediados del siglo XX. La falta de profesionales formados específicamente para ese trabajo, unido a la falta de higiene como síntoma negativo de la esquizofrenia, propició que el hedor característico de estos centros fuera similar al de prisiones, asilos y… granjas.

 

El ácido hexanoico, segundo componente del TMHA, es un olor común en cabras —de ahí que también sea llamado ácido caproico—, en granjas y, según Wikipedia, "en calcetines sucios". El otro componente que integraba el antes indistinguible olor a loco es el metil 2-aminobenzoato: un ácido se usa para, entre otras cosas, aromatizar medicinas.

La confusión, se supone, vendría dada de una especie de falacia del tipo de afirmación del consecuente. Si en los manicomios hay gente con esquizofrenia y los manicomios huelen a sudor y a medicinas, entonces la esquizofrenia huele a sudor y a medicina.

Y, aun así —quizá desde una perspectiva provocativa, jocosa o como recurso literario— hubo quien siguió reproduciendo la mentira.

Thomas Harris, escritor estadounidense, trae la falsa teoría a colación como parte de un diálogo en una de sus novelas más importantes, El silencio de los corderos: “¿Percibe usted el olor de su sudor? Ese peculiar olor a cabra es característico del ácido trans-3-metil-2 hexenoico. Recuérdelo siempre; es el olor de la esquizofrenia”.

La novela se publicó en 1988 y la teoría se desmontó en 1973: tiempo suficiente para saberse informado.El acto parece más bien, entonces, a un ejercicio estilístico o provocador que a una voluntad de transmitir un conocimiento científico.

Habiendo pasado esta cita desapercibida para el público general, hace poco que un usuario de Reddit puso sus ojos en ella y la vinculó a un fragmento de otro libro: La broma infinita, la monumental obra de David Foster Wallace.

“El olor del hombre recordaba al ganado en un día caluroso, algo de cabra incluso con el humo de la sala.El ácido trans-3 metil-2 hexenoico era una sustancia, le había en enseñado M. Broullime, para aguantar mucho tiempo en vigilancias prolongadas, una sustancia química que se encuentra en el sudor de los enfermos mentales graves”.

Publicada en 1996 y con más tiempo todavía para cerciorarse de la certeza de dicha afirmación, es muy factible que Wallace mintiera deliberadamente. Aquí no hay tanto una voluntad provocativa o estilística como un acto de inspiración derivado de la fascinación que Wallace sentía por Harris.

Sería, entonces, un hecho que reafirma la admiración de Foster Wallace hacia Harris.

Reafirma y no afirma porque, cuando Foster Wallace fue preguntado por sus libros favoritos, el único autor que repitió en el top ten fue Harris.

El dragón rojo y El silencio de los corderos no sólo eran dos de sus libros de cabecera, sino que también tenían un rol funcional y activo en sus clases de escritura: los empleaba como ejemplos para transmitir conceptos a sus alumnos.

El uso de la referencia en ambas novelas también se entiende desde el punto de vista de la ambientación. Si se quiere describir el olor de los dos escenarios principales de ambas novelas —el Manicomio de Baltimore en la de Harris y la Ennet House en la de Wallace— parece lógico aludir a ese compuesto falaz.

No obstante, aventurándome a teorizar como exegeta de Wallace, todo parece indicar que su intención era —más que la de ambientar o describir— la de completar y redondear más todavía el título de la novela.Una intención que sirve para seguir dando pábulo a aquellos que dicen que hay que leerla como lo que es: como una gran broma.

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