Apodado el “Kaiser”, Carlos Henrique Raposo vivió de contratos como futbolista toda su vida, pero sin jugar; pero eso no es todo, sino que lo hizo en algunos de los más grandes clubes del mundo.
Este brasileño, maestro del engaño, jugó en equipos profesionales de primera división en Brasil, México, Estados Unidos, Argentina y Francia durante 20 años, según él mismo contó en 2011 en un programa de televisión. Su historia fue corroborada por compañeros futbolistas.
Nacido en Rio de Janeiro en 1963, este genio estafador se las arregló para llegar a la élite del futbol mundial sin siquiera jugar. Sus cualidades eran otras, la de convencer a quien se le pusiera enfrente de hacer lo que él quería y la de entender cómo funciona el mundo del futbol.
Sus métodos eran muchos y muy ingeniosos. El principal era su capacidad de hacerse amigo de todo mundo. En los años 80 logró hacerse amigo de los astros del futbol brasileño. Acudía a discotecas, donde los futbolistas pasaban mucho tiempo y ahí se hacía amigo de ellos.
Logró engañar a diversos clubes brasileños (Botafogo, Flamengo, Bangu, Fluminense, Vasco de la Gamma, America) y del exterior (Puebla, de México; Independiente, de Argentina; El Paso, de Estados Unido; y Gazélec Ajaccio, de Francia), sin prácticamente haber disputado partidos oficiales.
El apodo “Kaiser” le viene de que se parece mucho al astro alemán Franz Beckenbauer. Entre sus amigos se cuentan Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto, Carlos Alberto Torres, entre otros.
¿Cómo lo hizo?
Cuenta que una vez que se volvían sus amigos, los convencía de incluirlo en su fichaje con los clubes que los contrataban y así entraba con ellos. Los convencía diciéndoles que era muy buen jugador y que siempre se preocuparía por ellos, para que nada les faltara.
Una vez contratado por los equipos debía encontrar la forma de no jugar y no ser descubierto como el “tronco” que en realidad era. Para esto utilizó varias artimañas, de las que contó algunas. Su primer contratación como profesional fue en 1986 en el Botafogo.
Mauricio lo ayudó a entrar, pues era su amigo desde la infancia, y era un ídolo en el club. Una vez ahí, el “Kaiser” tenía que encontrar la forma de no jugar, así que:
“Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses”.
Nunca jugó un partido. En 1989 cuando iba a debutar en el equipo Bangu, comenzó una discusión con un aficionado del equipo contrario y fue expulsado, evitando que lo descubrieran. Ahí tampoco jugó nunca, pero eso no impidió que pasara al siguiente año al Flamengo.
En este equipo estaba su amigo Renato Gaúcho, quien fuera jugador de la Roma y la selección de Brasil. Dice del “Kaiser”: “Sé que Kaiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería”. Resultado: ni un sólo minuto jugado.
Cuenta que las apariencias lo eran todo, así que en el Flamengo llegaba a los entrenamientos con un teléfono enorme, antes de que los teléfonos móviles fueran tan comunes, y simulaba hablar en el inglés, hasta que un doctor del equipo que había vivido en Inglaterra lo descubrió. La conversaciones no tenía sentido, dijo, y al cuestionarlo se dieron cuenta de que era un teléfono de juguete.
¿Cómo hacía esas amistades tan valiosas? Él mismo lo relata:
“Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos dos pisos debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras”.
El defensa Ricardo Rocha, quien jugara en el Real Madrid, confirma que el “Kaiser” es muy querido pero que no es futbolista:
“Es un gran amigo, una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó un domingo a las cuatro de la tarde en Maracaná, estoy seguro. En una disputa a mayor mentiroso, Pinocho perdería con Kaiser”.
Finalmente, utilizaba a la prensa como su aliada. Sabía cómo acercarse a la gente usando sus debilidades. La prensa, siempre ávida de información, le correspondía con artículos que lo elogiaban cuando él les pasaba información del interior de los clubes.
“Tengo facilidad en hacer amistades. A muchos periodistas de mi época les caía bien, porque nunca traté mal a nadie”.
Se volvió internacional
Luego de haber engañado a Brasil, se fue a México, contratado por el Puebla. Ahí estuvo unos cuantos meses, tuvo cero minutos de juego y pasó a los Estados Unidos. Estuvo en El Paso, donde tampoco conoció el césped.
“Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante ese periodo”.
Cuando regresó a Brasil, contratado por el Bangú, tuvo lugar una de las anécdotas más curiosas. El técnico, urgido en un partido determinado, tuvo que llamarlo a jugar. Lo puso a calentar y antes de entrar a jugar, se pelea con un aficionado contrario en la banda de la cancha, por lo que es expulsado.
Ya en el vestuario, cuando su entrenador se le acerca, se adelanta y le explica:
“Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre (refiriéndose al técnico), no dejaré que ningún hincha le insulte”.
Al oir eso, el entrenador le dio un beso en la frente y lo contrató por otros seis meses. Luego de pasar fugazmente por otros equipos como Palmeiras y Guaraní, Henrique, gracias a otro de sus amigos llega al Ajaccio de Francia.
Un brasileño en Europa era sinónimo de éxito. Pero la presentación que el equipo le tenía preparada lo sorprendió:
“El estadio era pequeño, pero estaba lleno de aficionados. Pensaba que sólo tenía que saltar al césped y saludar, pero entonces vi que había muchos balones en el campo, y que tendríamos que entrenar. Me puse nervioso, en mi primer día se darían cuenta de que no sabía jugar”.
“Salté al campo, y comencé a coger todos esos balones y patearlos hacia los aficionados. Al mismo tiempo saludaba y me besaba el escudo. Los aficionados enloquecieron. Y en el césped ya no quedaba ni un balón”.
Así, se ganó a la afición francesa y salió bien parado sin hacer la exhibición que todos esperaban. Aunque en realidad fue en el Ajaccion donde realmente jugó un poco, relata. Pero nunca más de 20 minutos en un partido. Entonces decidió retirarse del futbol a sus 39 años de edad.
“No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos”, dijo Carlos Henrique Raposo.