La semana pasada se colgaban en la red para su libre acceso los Poison Papers, 100 mil páginas sobre los desmanes de la industria química que la activista Carol Van Strum ha estado recabando durante 40 años en su granero. Una vida dedicada a cuestionar la legalidad y los supuestos beneficios del rociado de pesticidas sobre humanos, animales y plantas.
“¡Tenemos derecho a decir no! —afirmaba Van Strum—. ‘No, no tenéis derecho de exponerme a estos químicos sin mi consentimiento. Primero, no me habéis informado porque no me habéis dicho cuáles son los efectos. Segundo, no tenéis mi consentimiento’. ¿Qué tenemos que hacer: dejar que se salgan con la suya, coger nuestras cosas, nuestros animales, y marcharnos?”.
Van Strum pudo comprobar en primera persona los efectos del pesticida 2,4,5-T, que formaba parte del Agente Naranja: poco tiempo después de mudarse al parque nacional Siuslaw, sus 4 hijos jugaban cerca del río cuando una avioneta del Servicio Forestal los sobrevoló y los roció con un ese tóxico. Horas más tarde, presentaban sangrado de la nariz, deposiciones sangrientas y fuertes dolores de cabeza. Emprendió su btalla entonces.
Tras buscar, analizar y archivar información, organizar a la comunidad, compartir sus conocimientos y pleitear, pudo confirmar que los efectos de los pesticidas son de un peligro insospechado. Animales que nacían sin ojos, abortos involuntarios y, en el caso de los trabajadores de Dow, fabricante de pesticidas, cromosomas alterados. Luego empezaron a descubrirse otros efectos. Multitud de mujeres tenían abortos involuntarios, otras daban a luz a bebés con malformaciones o enfermedades e incluso uno llegó a nacer sin cerebro. “La mayoría de pediatras no veía esas deformaciones y defectos en toda su carrera y ellos los estaban viendo rutinariamente”, cuenta Van Strum en una entrevista para Just Stories de la Universidad de Oregón.
La comunidad médica de Lincoln County intentó hacer una votación para pedir límites: que no se rociara cerca de viviendas, escuelas y carreteras. “Pues pareció que hubieran invitado a los soviéticos a hacerse con el control. Se gastaron un montón de dólares para sofocar estas pequeñas medidas que los médicos de Licoln County habían presentado de forma unánime por el gran número de defectos de nacimiento que estaban presenciando. De repente, un flujo brutal de dinero entró a las arcas del condado y los médicos recibieron amenazas”, cuenta Van Strum.
El Parque Nacional Siuslaw/Lithic Goods
La excusa del Servicio Forestal es que con ese remanente de la producción de Agente Naranja se rociaba para de recobrar el estado primitivo del bosque de Siuslaw, acabando con todos los árboles que no fueran el pino de Oregón. Y este interés residía en que el pino de Oregón era el preferido de la industria papelera, mientras que el olmo y el arce no lo eran por su madera dura.
“Mucha de la culpa es del Departamento de Agricultura, que es un hombre al frente de los grandes intereses agrícolas, de las empresas madereras, de las químicas y de las de cereales. No están interesados en la salud del medioambiente ni en la de las cosechas. Para ellos esta era la forma de cultivar árboles y estaban ciego a los posibles daños que ocasionara”, cuenta Van Strum.
Por supuesto, su trayectoria de lucha no quedó exenta de dificultades. “ Durante un tiempo, no pudimos encontrar ningún laboratorio para hacer tests que no fuera comprado por empresas químicas. (...) Cada vez que un estudio tiene pruebas de que algo es un problema, tienen suficiente dinero para hacerlo desaparecer. Y todavía hay 400 químicos registrados sobre datos fraudulentos. A día de hoy, no hay datos seguros”.
“Nos llamaban los marginados locos. Intentaban pintarnos como cultivadores de marihuana porque pensaban que debíamos tener una motivación económica si estábamos haciendo esto. Y solamente lo hacíamos para tener una mejor calidad de vida, cansados de ponernos enfermos”, explica Swift.
Sturm, tras ser amenazada varias veces, perdió a sus cuatro hijos en un incendio en su casa que los bomberos declararon provocado en un primer momento. Y pese a comunicar las tensiones existentes con las industrias que sacaban beneficio del bosque, nadie investigó el caso. De ahí puede entenderse el miedo de muchos testimonios y su voluntad de permanecer anónimos. Sin embargo, el miedo no les frenó para colaborar con Van Strum y Swift activamente. Muchos formaron y formar parte de la Coalición del Noroeste para las Alternativas a los Pesticidas, de Ciudadanos Contra los Rociados Tóxicos o del Grupo Organizador de los Cinco Ríos.
El legado que Van Strum deja es de un valor incalculable, pero ella quiere transmitir sólo una cosa: el cuestionamiento de la legalidad de estos químicos. “Hay que pedir pruebas científicas, revisadas por pares, estudios de disponibilidad pública que confirmen que los químicos son seguros para las personas, los animales, los peces, etc., y que realmente tienen un beneficio sobre el ecosistema”. Recalca: “No tienen estas pruebas, te lo aseguro, así que no dejes que te intimiden con la cháchara científica”.
Cuando se le pregunta por su consejo para seguir siendo una activista a sus 74 años, Van Strum dice: “Lo único que a mí todavía me mueve a luchar es regocijarme en el problema que le puedo causar aunque sea a un solo burócrata. A veces hay que buscar la diversión en esto”.
[Vía Just Stories]