Era un tranquilo pueblo de Nueva Zelanda... hasta que se convirtió en la capital del steampunk

El steampunk lleva años propagándose por todo el mundo. Lo que comenzó como un género literario se ha convertido en una subcultura con una estética fácilmente identificable, a medio camino entre la ciencia ficción y la época victoriana de la Inglaterra de finales del siglo XIX.

Pero la capital del steampunk no se encuentra en Reino Unido. El lugar que congrega el mayor número de referencias y seguidores de esta estética es Oamaru, una pequeña ciudad agrícola de Nueva Zelanda.

Desde el año 2010, este pueblo de 13.000 habitantes ha pasado de ser un pequeño lugar de paso a un monumento gigante a la literatura contemporánea. Y ahora, en pleno 2016, ha conseguido el Récord Guinness por albergar la reunión más multitudinaria de seguidores del steampunk.

No es de extrañar que así sea. Los edificios de estilo victoriano pueblan la ciudad, que además cuenta con unas vistas espectaculares al mar y una historia detrás digna de una novela del subgénero.

Durante el siglo XIX, Oamaru se convirtió en una de las zonas culturales de referencia para Nueva Zelanda, siendo el Forurester Gallery uno de los museos más importantes del país. Gracias a su estética y particular ambientación, a nadie le extrañaría ver deambular por sus calles a los protagonistas deInfernal Devices o El Dirigible. 

 

 

Gracias a su estética y particular ambientación, a nadie le extrañaría ver deambular por sus calles a los protagonistas de Infernal Devices o El Dirigible.

 Aun así, el proceso de adaptación a la oleada de turistas geeks no ha sido fácil. Durante los primeros años, los trabajadores agrícolas se asustaban ante un fenómeno que ni entendían ni habían pedido.

“Algunas personas no pueden soportarlo, pero la mayoría han entendido la importancia del steampunk, que ha permitido salir de la sombra a muchas personas tímidas con intereses poco usuales”, explica Iain Clark, el anciano precursor de este fenómeno en su ciudad natal.

Fue en 2010 cuando Clark se dirigió a Weta Workshop, la empresa encargada de hacer los efectos especiales de El Señor de los Anillos –que también se encuentra en Nueva Zelanda– y les propuso hacer una gran exposición de steampunk en la ciudad.

Gracias a su poder de convicción, la empresa acabó donando un camión entero lleno de obras de arte y estátuas que sirvieron para decorar la ciudad como nunca antes. Y, a partir de entonces, todos los seguidores de la subcultura fueron acercándose a Oamaru como si se tratase de su Meca particular.

La exposición sirvió para que se convirtiera en la capital del steampunk, pero también llamó la atención de los trabajadores de la zona, ajenos toda esta parafernalia. Al acercarse al lugar, se enamoraron irremediablemente de la estética propuesta.

“Los agricultores se marcharon a casa y comenzaron a juguetear con los productos que tenían, creando nuevas maquinarias de steampunk por su propia mano que luego fueron donando. Aquí es cuando comenzó a propagarse como la pólvora”, destaca Clark.

 

"Ha sido un elemento muy liberador para los creativos y artistas de la comunidad".

 

 

La comunidad aceptó lo que les vino de fuera para más tarde acabar tomándolo como propio.

Así, una ciudad totalmente alejada de las tendencias, acabó siendo un reclamo turístico y dio a la comunidad un nexo común por el cual trabajar unidos. Tal y como dice Kristen Murdoch, un trabajador local:

“Ha sido un elemento muy liberador para los creativos y artistas de la comunidad. Oamaru ha adoptado el steampunk como parte central de su identidad. Se ha convertido gradualmente en la aceptación de sí mismo. Es tan diferente y único que puede dividir a la gente, pero sin duda ha abierto más nuestras mentes y ha hecho que estemos orgullosos de nuestro hogar”.

[Vía The Guardian]

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