Las multinacionales tienen patios traseros donde contaminan sin que nadie haga nada

La COP23 vuelve a reunir a los gobernantes para que salven el clima, pero la deslocalización de empresas contaminantes a países subdesarrollados es una vez más un tema intocable...

 

 

Son días en los que los gobernantes se vuelven a reunir para ver cómo salvan el planeta. Del 6 al 17 de noviembre, en boca de todos estará la vigésima tercera cumbre por el clima. Las orejas al lobo ya se han visto. En nuestro mundo occidental, más a salvo, pasó el huracán Harvey y luego Irma. Se quemó el oeste estadounidense y este verano parecía que nunca se iba a marchar. No es que el cambio climático desencadene las tormentas ni los incendios, pero amenaza con intensificar y hacer más común la furia de los desastres.

Un país pequeño e indignado preside este año la cumbre que se celebra en Bonn (Alemania). Fiji, en el paraíso del Pacífico, teme ahogarse con la subida del nivel del mar. Delante de nuestras narices pondrá a dónde le lleva nuestro exceso porque los países desarrollados no serán los primeros en verse gravemente afectados. De eso también va la cosa: de lo que no queremos ver, de lo que causamos en otros lugares.

Y aquí algo que nunca se aborda: los edificios con gente amontonada que cose chaquetas, las fábricas en suburbios en las que se tiñe el cuero de bolsos y se respira vapores químicos. Las minas en las que se extrae titanio para móviles y armas. Petroleras de marca occidental extrayendo crudo en suelo extranjero.

Si hemos reducido la contaminación dentro de nuestras fronteras en parte es porque la hemos desplazado. Las chimeneas de las multinacionales se fugaron a escupir humo tóxico a otras calles. Sobre ese impacto: silencio.

 

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“Es un agujero en las políticas. La mayoría de ropa o de smartphones que se fabrican en países en desarrollo van a destinados a consumo occidental. Pero esas emisiones no se nos computan y, por lo tanto, no nos responsabilizamos. En Bonn se discutirá cómo se implementan los acuerdos de París. Cada gobierno se compromete a disminuir sus emisiones en base a sus posibilidades y dentro de su territorio. La deslocalización transnacional no entra como tema”, dice Javier Andaluz, de Ecologistas en Acción.

De la gran trampa apenas existen datos. Stockholm Environment Institute (SEI) calculó que un tercio de todas las emisiones de carbono chinas se deben a la producción de bienes para la exportación. Pero el estudio se publicó en 2009 y comprendía unas mediciones hechas durante los años 2002-2005. A esas nubes de hollín las llamaban emisiones incrustradas.

 

“Tenemos un patio trasero ignorado. Ante esta situación, vemos que ocurren chantajes. [En España], nosotros acabamos de pedir endurecer la Ley de Cambio Climático y la petrolera española Cepsa ya amenazó con irse”, cuenta Juantxo López de Uralde, portavoz de EQUO.

Entre huidas producidas de empresas españolas, recuerda el caso de Inquinosa, encargada de fabricar lindano, un insecticida. Entre 1975 y 1989, vertió sin miramientos entre 115.000 y 160.000 toneladas de residuos tóxicos en vertederos cerca de las aguas del río Gállego en pueblo de Huesca, Sabiñánigo, al que llaman Springfield. Luego, se esfumó a Rumanía hasta que se prohibió en todo mundo el pesticida.

Los países desarrollados tienen patios traseros en los que contaminan impunemente: no deben rendir cuentas de las emisiones de CO2 de las multinacionales en regiones en desarrollo o pobres

“Puedes ver cómo las compañías que usan combustibles fósiles aprietan. Se lanzan a pedir que el coste de su transición hacia las renovables se paguen con ayudas públicas. Se debería estudiar cada caso pero muchas veces se trata de grandes empresas que pretenden hacer que sus gastos públicos y que los beneficios sigan siendo privados. Peligro empresarial cero”, comenta Tatiana Nuno, de Greenpeace, que acudirá la semana que viene a la cumbre.

Por qué en ninguna cumbre se discute la contaminación exportada es la incógnita. Ecologistas en Acción lo atribuye al peso de BINGO, el lobby industrial, en las negociaciones de las conferencias. Es una pata más que actúa como observador, como las ONG, pero su influencia cala adentro. Según eldiario.eslas grandes empresas petrolíferas, del carbón o del transporte financiaron con un 20% (185 millones de euros) la Cumbre por el Clima de París.

 

“Otras entidades, como la Organización Mundial del Comercio (OMC) no participan en estas conferencias pero su mano llega. Tienen reuniones empresariales con los países y son las que proponen tratados bilaterales de intercambios de mercancías. A pesar de la crisis, el transporte aéreo y de mercancías no ha parado de crecer y supone el 30% de las emisiones globales”, recuerda Andaluz.

 

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Las empresas en Bangladesh pueden pagar a sus trabajadores 21 céntimos la hora. Cuando Rana Plaza, una fábrica textil, se derrumbó en 2013, salió a luz que se hacía ropa para marcas como Primark, Matalan y Benetton. Fallecieron 1.135 personas. Luego la otra cara amarga: más letal que la malaria, el sida y la tuberculosis es la polución en la atmósfera. Según la Organización Mundial de la Salud, causa siete millones de muertes prematuras al año, la mayoría en países como Blangladesh, India, Pakistán, China o Kenia. En su propio proceso de industralización, se han colado nuestras multinacionales.

“Las Conferencias por el Clima sí que sirven. Lo de París fue histórico. Aunque cueste percibirlo, del espacio de negociación se llegan a acuerdos importantes. A partir de ahora se actualizarán los compromisos y se hará un seguimiento. La fiebre del planeta es evidente”, señala Nuno, de Greenpeace.

Según la Organización Mundial de la Salud, causa siete millones de muertes prematuras al año, la mayoría en países como Blangladesh, India, Pakistán, China o Kenia.

Pero critica que los patios traseros adolecen. Incluso China tiene uno propio. Como publicó The New York Times, el Banco de Desarrollo Chino y el Banco de Exportaciones e Importanciones de China se dedicaron entre 2005 y 2016 a conceder préstamos a América Latina por más de 141.000 dólares. Los proyectos financiados son cuestionables: iban para minas de carbón, petroleras y compañías hidroeléctricas. A nivel mundial, los países siguen invirtiendo más en combustibles fósiles que en renovables.

Es una mezcla de desilusión y optimismo. Desilusión cuando Estados Unidos se cayó del Acuerdo de París, optimismo cuando el resto de países hicieron frente común por el clima. Desencanto cuando Arabia Saudí, país agente del petróleo, sea el que presida el órgano que discutirá cómo se toman los compromisos climáticos de la anterior cumbre. Esperanza cuando las economías declaran la muerte al carbón y hasta India apuesta por crecer con renovables. Mientras, el planeta compadece el consumo low-cost.

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