Un nuevo inicio
En esta nueva versión de la historia de Captain Marvel, Billy Batson también es huérfano, también se transporta en un extraño tren a un reino místico, también se encuentra con un anciano mago que le confiere poderes, también se convierte en un superhéroe al decir el nombre Shazam. La diferencia aquí es que este Billy Batson (Asher Angel) vive en otro mundo, muy cambiado. Ya no es un periodista de radio o un vendedor de periódicos sin hogar, sino un rebelde corredor de orfanatos.
Billy busca desesperado a su madre que, en esta versión, lo perdió, a los ocho años, en una feria. Pero, por más que recorre Filadelfia buscando a todas las familias que se apellidan Batson, Billy no puede encontrar sus orígenes. En medio de estas búsquedas frenéticas, el inestable adolescente se fuga de 23 hogares temporales y ya nadie sabe qué hacer con él. Nadie, excepto los Vázquez, una familia de huérfanos acogidos por una carismática pareja (Marta Milans, Cooper Andrews). Entre tanta melcocha y aprobación, Billy se siente extraño, pero empieza, también, a entender el valor de una unión familiar que nunca ha tenido.
La vida de Billy, tal vez, podría normalizarse si no fuera porque, en un misterioso tren, llega a La Roca de la Eternidad, reino del milenario mago Shazam. Ahí, Shazam le transmite sus poderes para que se convierta en todo su potencial (Zachary Levi) y defienda al mundo de los siete pecados capitales liberados por el malvado Dr. Sivana. Ahora, sin saber en qué lucha milenaria se metió, Billy tendrá que aprender a usar sus poderes con la ayuda del siempre voluntarioso Freddie Freeman (interpretado por un genial Jack Dylan Grazer), la sabia Mary Bromfield (Grace Fulton), el cerebro Eugene Choi (Ian Chen), el tímido Pedro Peña (Jovan Armand) y la adorable e insistente Darla Dudley (Faithe Herman)
Como pueden ver, hasta aquí, la historia es prácticamente igual a la que contó Geoff en su serie de 2012. Las diferencias principales están en la obsesión de Billy con su madre biológica (más allá de la foto de un tigre) y en la creación del villano. En esta película, en efecto, no aparece Black Adam. Acaso, el mago Shazam, lo menciona de pasada cuando habla de la destrucción de sus hermanos magos… pero nunca lo vemos. El enemigo, en esta película es, más bien el Dr. Sivana.
Clásico personaje de los cómics de Captain Marvel, Sivana se representaba, generalmente, como un brillante científico e inventor de apariencia enclenque que odiaba hasta lo más profundo a su heróico némesis. En los cómics de Geoff, Sivana es, en cambio, un prominente investigador obsesionado con encontrar La Roca de la Eternidad para salvar a su familia perdida: ahí en donde la ciencia fracasó, tal vez podrá hacer algo la magia. En esta cinta, el guionista Henry Gayden decidió fusionar elementos de Black Adam con el personaje de Sivana (Mark Strong, acertadísimo como casi siempre), para dar un villano sólido que, sin embargo, no se quema todas las posibilidades de futuros – y más poderosos- encuentros.
Con estas mínimas diferencias, David F. Sandberg (Lights Out) logra darle una coherencia única a la saga de Geoff; una coherencia que se siente absolutamente natural en pantalla y que crea una encantadora historia de origen. Ahí en donde las películas de conjunto de DC fracasaron, Shazam! funciona porque no pretende ser más de lo que es: una bella comedia familiar de lecciones rápidas y placeres certeros.
Lo íntimo y lo sincero
Ésta es, sin duda, una historia clásica de origen. Aquí aprendemos cómo Shazam encontró sus poderes, cómo encontró a su familia y cómo se enfrentó a su primer supervillano. En ese sentido, Shazam! no tiene nada de novedoso; es la misma historia de un héroe elegido entre los mortales por ser único sin que él lo sepa; la historia de un héroe aprendiendo que, sin importar los poderes que tiene, siempre depende de otros; la historia de un ser superior que entiende la responsabilidad que conllevan sus poderes, etc. Y, sin embargo, a pesar de pisar todos los tropos del género, esta cinta se siente como una invención única.
No es única por el diseño, ni por la trama, ni por la forma en que se construye un desenlace evidente. Es única porque acepta, con todo lo que implica, no ser única. Esta cinta no quiere ser la mejor película de superhéroes, ni la más elegante, ni la más vistosa, ni la más llena de acción, comedia o sentimentalismos. Al contrario, esta cinta es tan efectiva porque sus pretensiones son mínimas y honestas: con un argumento descabellado, hacer diversión familiar.
Es por eso que la filiación de esta cinta está en Big de Penny Marshall, la icónica película ochentera en la que un niño, tras pedir un deseo, se convierte en un adulto de treinta años protagonizado por Tom Hanks. El argumento es absolutamente ridículo, como también lo es el de Junior (1994) o Twins (1988) o Last Action Hero (1993) —por sólo citar tres Schwarzeneggers—. Esas cintas de trama descabellada de finales de los ochenta y principios de los noventa servían como una pequeña alegoría de moral sencilla y gran entretenimiento. No querían ser más que comedias familiares que mostraban, con todo gozo, el placer de inventar historias increíbles.
Al seguir esta tradición, Shazam! (que incluso hace un perfecto homenaje al piano de juguete de Big), acepta lo que quiere ser. Y, con eso, limita muchísimo su alcance para ser muchísimo más efectiva. La ligereza ridícula funciona perfectamente bien como contrapunto a la solemnidad de la trama, la acción es emocionante y el balance entre los lazos emocionales creados y los alivios cómicos nos dan 132 minutos compactos de pura diversión.
Al aceptar sus homenajes y filiaciones, su pertenencia y sus limitaciones, Shazam! puede permitirse crear trajes ridículos; puede hacer montajes y recordar a Rocky en Filadelfia; puede mostrar al viejo mago milenario (Djimon Hounsou) de la forma más caricaturesca; puede representar a los siete pecados capitales como unos engendros de los perros de Gozer en Ghostbusters (1984); y puede mofarse de la solemnidad de los villanos sin tener que pasarse al bando metarreferencial nihilista de Deadpool.
Con todo estos guiños, con la aceptación de su herencia ochentera y noventera, Shazam! también encuentra un campo propio en el universo que lo acoge. Y, por fin, DC aprendió a no apresurarse en sus referencias. En esta cinta, todo el trasfondo implica la llegada de Superman y los conflictos que vimos en anteriores entregas del llamado, informalmente, DCEU: recortes de periódicos, memorabilia, noticias y demás referencias sutiles. Pero esta cinta promete una relación fértil con el universo de DC sin necesidad de forzar sus lazos. Al final, incluso, vemos un cameo genial que es totalmente innecesario y que, maravillosamente, roza lo ridículo.
Esta libertad de hacer el ridículo y la lejanía con el resto del universo permite contar, con la máxima sensibilidad, una historia moral sobre la familia que uno elige y las responsabilidades adultas sin nunca convertirse en panfleto o regaño. La moral que defiende esta película es una moral americana bastante básica, bastante anclada en una tradición de películas para todo público que no esconden sus repliegos ideológicos. Y eso está perfectamente bien: puedo no estar de acuerdo con sus cursilerías de amistad y de familia, pero dichas de esta manera, puedo aceptar sus pretensiones. Porque esto es lo que llamábamos, en tiempos de videocentros llenos de Hollywood, el entretenimiento familiar.
Shazam! no nada más cuenta una visión alegórica y moral a través de la acción desparpajada sin miedo al ridículo, sino que le da una nueva sensación de humanidad a las cintas de superhéroes. Habíamos olvidado, entre tanta excepcionalidad, el carácter absolutamente humano y falible de los vengadores de capa. Y aquí no se trata, nada más, de ver si el héroe tiene fantasmas internos, siente miedo, o se arrepiente de su camino, sino de ver en acción a un superhéroe que no quiere ser un superhéroe; a alguien al que, injustamente, le dieron una responsabilidad peligrosa.
La enorme humanidad de Shazam! hace que, más que sentir empatía por el héroe en pantalla, lleguemos a sentir verdadera lástima y verdadero miedo por él. Finalmente, estamos viendo a un niño de 14 años ser vapuleado por enemigos poderosísimos. Así, por un extraño giro de tuerca, sentimos que es mejor no ser superhéroes, que todo esto es, en serio, atemorizante y enternecedor, y que estamos muy bien siendo mortales mediocres y promedio. En una cinta absolutamente ridícula, entonces, sentimos más peligro que con toda la grandilocuencia de Avengers: Age of Ultron.
En ese cambio, en ese giro, la película de Shazam! nos muestra algo hermoso: empatía, amor por los demás y, sobre todo, amor a nuestra absoluta falta de excepcionalidad. De paso, cada vez que Billy Batson se convierte en un adulto, hay una liberación y una enseñanza: está bien ser seres humanos mediocres porque todavía podemos hacer un movimiento inverso y, por arte de magia y de imaginación, volver a ser niños soñando imposibles.