Si tiene éxito y denuncia acoso sexual, lo perderá todo; si es joven, dirán que busca atención

En mitad del caso Weinstein, algunas escritoras de Estados Unidos, Canadá o Francia también se han atrevido a hablar y reflexionar sobre el acoso sexual en el mundo literario: aquí recogemos las valientes palabras de Emma Cline y Joyce Maynard

“¿Por qué las mujeres no hablan más de esto? ¿Por qué tardan tantos años en denunciar? Hay demasiadas razones para guardar silencio: hombres como Harvey Weinstein y sus abogados lo saben, conocen cómo ejercer una amenaza. Tanto el éxito como el fracaso de una mujer puede ser usado como arma arrojadiza. Si tiene éxito, tiene más que perder al contarlo, y si está comenzando su carrera, sólo se le acusará de estar buscando atención. Su vulnerabilidad es un arma, sus emociones son un arma, así como cualquier esfuerzo que haga en humanizar a las personas que le hicieron daño, al continuar tratando de trabajar con ellas, al continuar, incluso, en algunos casos, amándolas”.

Este fragmento pertenece a Emma Cline. Lo ha escrito en un poderoso y descorazonador testimonio publicado la semana pasada The Cut. Con el título de ‘El precio de sonreír para las fotos’, la autora de Las chicas se atrevió a narrar por primera vez las múltiples situaciones de humillación y acoso a las que se había enfrentado en su carrera como escritora. Lo hacía, en primer lugar, arropada por el medio que en estos días —en plena tormenta Weinstein— ha decidido ceder su espacio a mujeres del ámbito cultural de Estados Unidos, para que alcen la voz y denuncien sus experiencias. Según sus palabras, Cline también escribió este texto para demostrar que lo difícil no es sólo denunciar, sino también hacer pedagogía, convencer a nuestros compañeros de que hasta que ellos mismos no admitan sus errores, no seremos capaces de avanzar.  

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“Estamos navegando en una sociedad definida por los hombres y sufriendo por ello”, señala Cline. “Sin embargo, nos culpan por nuestros intentos de sobrevivir dentro de esos parámetros. Hasta que el mundo demuestre que no odia a las mujeres, el silencio continuará”.

La escritora también arremete contra sí misma. Arremete contra todas las veces en las que no supo decir que no —a los escritores mayores que le decían cosas denigrantes, a los fotógrafos que durante la promoción de su primera novela cosificaban su cuerpo, al editor que intentó tocarla en un taxi, después de una fiesta—. Lo hace, sí, se culpa pero sin culparse. Se calla pero sin callarse, porque sabe que el problema al que se enfrenta es mucho más grande que ella. Concluye: “No culpo a mi yo más joven, pero sí deseo algo diferente para ella. Lo deseo sin saber si realmente será posible”.

 

Esta misma tesis, pero más optimista, la defiende la escritora Joyce Maynard en un texto publicado en Bustle el pasado 19 de octubre. En ‘Lo que escribir sobre mi abusiva relación con JD Salinger me enseñó sobre el silencio de las mujeres’, la autora de Mi verdad recuerda el momento de la publicación de estas memorias, en las que detallaba algunos de los momentos más violentos con el autor de El guardián entre el centenoMi verdad fue publicado en 1998 y traducido al español en el 2000, y durante mucho tiempo se ha tratado como un libro polémico; una confesión escrita no ya para denunciar un abuso, sino para “afear” a la figura de un gran escritor.

Maynard sabe lo que supone atreverse a desenterrar un secreto como ese —tardó 25 años en escribir cómo el escritor, mayor que ella, la maltrataba psicológicamente y abusaba de su situación de poder— y el miedo y el asco que provoca tener que enfrentarse a las respuestas de quienes de pronto se encuentran con él.

Para ella, la publicación de Mi verdad supuso la confirmación de dos intensos dolores: el primero, recordar los abusos sufridos en su juventud; el segundo, enfrentarse a una crítica literaria machista, incapaz de creer su palabra.

“Me retrataron como ‘una Lolita’, ‘una sanguijuela’, ‘una aprovechada’, los adjetivos elegidos para describir mi trabajo fueron: ‘desvergonzado’, ‘ginecológico’ . Refiriéndose a referencia velada al sexo oral forzado que apareció en la memorias , uno de mis críticos sólo fue capaz de decir que yo tenía ‘una boca demasiado grande’. Entre mis muchos errores, se señaló que las ventas de libros de Salinger, como era lógico, eran mucho más impresionantes que las mías […] y como prueba de por qué no se me debía tomar en serio, un crítico argumentó que yo escribía para féminas.  El autor de esa disección particular de mi vida y trabajo, por cierto, era una mujer.”

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Una década después de aquello, cuando Joyce Maynard acaba de publicar otra memoria en la que habla de la muerte de su segundo marido —y en cuya promoción, señala, no se hace ninguna referencia a su libro sobre Salinger o a su relación con él— un respetado crítico de Estados Unidos se ha referido a ella ‘la reina del exhibicionismo’.

Por culpa del hombre que abusó de ella y por culpa de quienes se empeñaron en leerla con los ojos repletos de prejuicios sexistas, Maynard sabe que su obra siempre caerá mal. Que su trabajo irá cubierto de polémica. Que siembre deberá justificar más sus accionesque quien la violó y más que quien incesantemente todavía la insulta.

Pero hay más.

En estos días, siete trabajadoras del editor canadiense Michel Brulé le acusaron públicamente de acoso sexual. Desde Francia, la novelista Ariane Fornia denunció a un ex ministro, Pierre Joxe, por el mismo motivo. Desde el portal ActuaLittè, también en Francia, contaron cómo durante la feria de Frankfurt algunas editoras se sumaron a las denuncias de estas escritoras o trabajadoras de la industria. Y en medios como Publishers Weekly se están ocupando de dar visibilidad a algunas de estas nuevas denuncias y de otras que, como le ocurrió a Maynard, quedaron sepultadas por el silencio del pasado.

La lista seguirá creciendo. Los nombres se seguirán sumando. Porque al mismo tiempo que Hollywood trata de digerir y visibilizar la tormenta de Weinstein, desde las escenas literarias de Estados Unidos, Canadá, Francia, México o España se están dando a conocer historias que demuestran que los casos de la autora de Las chicas y de la autora de Mi verdad no son únicos. Y entonces, ¿qué debemos hacer ahora?

Lo dice Cline: hay que hablar.

Lo dice Maynard: hay que escuchar.

 

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