En una mano llevo cuatro cervezas —Ámbar, claro, estoy en Zaragoza— y en la otra, una bolsa roja que contiene un lápiz, una hoja doblada con notas y preguntas y una serie de libros: La hora violeta, Lo que a nadie le importa, La España vacía y La mirada de los peces. Toco el timbre, una voz sale del interfono: “Siempre hacia delante”, dice, y me parece más una consigna que una indicación para que no me pierda por el edificio. Empujo la puerta y me atrevo a atribuir esa frase al profesor Antonio Aramayona. Como si le hubiera conocido.
Aramayona es el motivo por el cual el narrador y periodista Sergio del Molino ha escrito La mirada de los peces (Literatura Random House). Pero no es el protagonista, ese rol lo ocupa el escritor. Profesor de filosofía en un instituto durante los noventa en un barrio marginal y personaje local importante en lo que a reivindicaciones sociales se refiere, la muerte de Aramayona —suicidio a través de eutanasia, realmente— es el impulso que utiliza Sergio del Molino para volver a la narrativa después del éxito de La España vacía.
Una vez sentado en salón del autor, nuestra conversación sucede así:
Vuelves a la narrativa y, aunque hablas de muchas cosas, vuelves a tratar la muerte —el suicidio, en este caso—.
Sí, no invento nada. Es un tema universal y recurrente que yo, por desgracia, me lo he encontrado demasiado pronto. La muerte, más que un tema —que también— en mi caso es una palanca que sirve para hablar de otras muchas cosas, para echar a andar la maquinaria de la novela. Y, sobre todo, es el resorte que me permite escribir. Que me motiva a escribir. Si me preguntas por qué escribo, bueno, escribo porque la muerte me provoca una catarsis y me llena de dudas y me llena de inquietudes que, no es que vaya a resolver escribiendo, pero sí que me importa tanto y me preocupa tanto, que no puedo evitar hablar sobre ello.
Y aun así en La mirada de los peces se cuelan elementos de humor. Pienso en frases como “Las pipas son la puerta de entrada a las drogas”.
La ironía, el humor o el sarcasmo de una forma más cruel son esenciales. El humor es un lubricante natural, tanto de la conversación como de la literatura. Para mí es fundamental. No concibo ningún tipo de expresión que no tenga humor. Me resulta muy difícil empatizar o conectar con escritores que no tengan nada de humor. Puedo entender a escritores muy solemnes, pero necesito que en algún momento se suelten un poco.
No creo en la equivalencia de humor = inteligencia. Pero cuando escribes mucho o hablas mucho, el humor sale solo en algún momento. Por eso la gente se ríe en los entierros, porque habla mucho.
Se etiqueta tu novela como “autobiografía política”. ¿Qué piensas de eso teniendo en cuenta que tú una vez dijiste que “las categorías de realidad y ficción son demasiado simples para explicar nada”?
Las categorías de ficción o no ficción, las etiquetas de ficción o no ficción.
¿Cuánto de autobiográfico hay? Pues todo, evidentemente, no hay nada camuflado. En todo caso habría que mirar o medir cuánto hay de ocultamiento. Yo hablaría de ocultamiento antes que de ficción porque de ficción es todo. En el momento en que narras algo, ya es ficción. Narras un recuerdo y el recuerdo ya es una ficción. Como no hay una voluntad de crónica, hay una voluntad más confesional.
He cambiado algún nombre y otras cosas por criterios extraliterarios. En el caso de Antonio Aramayona, sin embargo, al ser una figura pública y al haberse expuesto buena parte de su vida en un documental, he mantenido su identidad.
Por lo demás, es un libro bastante autobiográfico. Lo cual no quiere decir que sea veraz ni que se ajuste a los hechos: se ajusta a mis recuerdos. Y eso es importante porque no es un libro contrastado y los recuerdos son absolutamente mentirosos y traicioneros. No he querido contrastarlos porque sé que me los van a contradecir.
Este tipo de libros como Lo que a nadie le importa o La hora violeta, la fidelidad se la debo a mi recuerdo.
Cualquiera diría que es posible construir una autobiografía apócrifa de Sergio del Molino en base a tu narrativa.
Claro, da esa sensación. Reto a que alguien lo intente, pero no va a poder hilvanar nada. Va a ser difícil hasta establecer una cronología porque lo que cuento son recuerdos salteados y mezclados con otras cosas. No son memorias. Faltan muchos asideros.
Es lo que genera la literatura: el ilusionismo. Crea una sensación de que me conoces, de que entiendes al personaje. Pero en realidad no, te lo he hecho creer durante un tiempo. Si tú intentas coger esos libros como base para construir una biografía mía, no vas a poder, no vas a encontrar suficientes datos. Te van a salir más preguntas que certezas. Por eso es literatura y no memorias. Cuando quiera escribir mis memorias tendré que dar forma a ese desorden.
De Knausgard se dice eso, que escribe memorias y no literatura…
Él es excesivamente detallista. Es muy muy muy detallista, hasta la exasperación. Pero lo que está haciendo es dar señales de que está escribiendo literatura. ¡Nadie se acuerda del sabor y la textura de algo que comió hace catorce años!
¿Sabes ya quién es la próxima persona de tu vida que va a inspirarte una novela?
Yo tengo muchas ideas vagas sobre libros que quiero escribir, pero tienen que encontrar su forma. Este libro lo tenía escrito en la cabeza desde hace tiempo, por eso los escribo tan rápido. Pero necesito una catarsis que lo ordene, un motivo, una razón que me lleve a escribir.
Siempre había querido escribir sobre la adolescencia, pero no sabía cómo, era un proyecto vago. Algún día escribiré sobre esto, te dices. Y acumulas ideas, pensamientos. Hasta que llega el día, lo tienes claro y de repente todo se ordena. Tengo ideas para muchos libros, pero no sé cómo se van a materializar ni en qué orden. No tengo un proyecto definido de hacia dónde se va a dirigir mi literatura. Lo averiguo libro tras libro.
¿Crees que Antonio Aramayona murió pronto?
Murió cuando él quiso morir. Yo creo que su discurso era impecable. Él se veía a las puertas de la dependencia, tenía una salud muy frágil y muy puta, pero todavía se valía por sí mismo.
Vivía solo, iba con su silla de aquí para allá y sin problema. Pero el deterioro marchaba y él era consciente. Lo experimentaba. Estaba muy cercano al momento en el que no se iba a valer por sí mismo. Y esa idea no la soportaba. No soportaba perder toda la autonomía ni que le limpiaran el culo. Y antes de que le limpiaran el culo tomó una decisión impecable que yo comparto al 100%. Murió cuando quiso morir. La vida, como las visitas, no debe prolongarse más allá de lo razonable.
Jon Sistiaga ha hecho un documental sobre Aramayona, cosa que comentas en el libro. ¿Son complementarios el documental y La mirada de los peces?
Hemos hecho al revés: en vez de la película del libro, el libro de la película.
Están relacionados, pero discursiva e intelectualmente somos diferentes. Compartimos personaje y hay cosas que están en el documental que también están en la novela. Pero incluso las cosas comunes, están narradas de forma distinta. En la cena de despedida, por ejemplo, yo cuento cosas que no están en el documental.
El documental se centra en la muerte digna porque está inserto en el tema de la muerte y sólo habla de ese aspecto. Y ese es el aspecto que menos me interesa de Antonio. Me interesa el Antonio que no muestra Sistiaga: la humanidad que queda en elipsis.
Es una paradoja y una tristeza que Antonio haya conseguido la popularidad que buscaba después de su muerte.
En la novela dices de Zaragoza que es una ciudad “ventosa, arisca, halitósica, cuarterera, asmática y grasienta”. ¿Por qué vives aquí entonces?
Porque vivo muy a gusto. Y precisamente por eso, me veo con el derecho de despacharme con mi propia ciudad. Con nuestra madre nos metemos nosotros, pero los demás no.
En una entrevista decías que con la novela entendida como género buscas provocar…
En el fondo de esa declaración lo que quiero decir es que leer una novela desde la literalidad es profundamente estúpido. No lo pude decir así porque se lo estaba diciendo al entrevistador y le podía haber llamado estúpido, cosa que no quería —aunque se lo estaba ganando—.
Lo que no puedes hacer es tomar aisladamente una frase de la novela, sacándola del tono, del cómo se ha dicho, del contexto, de quién es el narrador que la dice, en qué circunstancias se dice. Porque en una novela los párrafos por sí solos no significan nada. Tú coges cualquier elemento de Justine de Sade y piensas “qué barbaridad”, pero eso está inserto dentro de una obra de arte y funciona como obra de arte. Fuera de ahí no tiene sentido. Es una frase que flota en el aire.
Si tomas frases que flota en el aire como si las hubiera dicho yo… Si vas descontextualizando cosas puedes presentar al autor de la forma que tú quieras. No es esa la forma inteligente con la que cualquier lector aborda la lectura de una novela: entiende el tono, entiende el juego. Sabe cuándo hay una irritación impostada y cuando una real.
Como cuando se saca una palabra de contexto en una entrevista.
El problema que tenemos en las entrevistas es que hablamos mucho y a veces no controlamos las palabras que decimos, pero hay que asumirlas como propias.
Cuando uno habla en público sabe que va a ser malinterpretado, que va a caer en manos malas de gente que le va a hacer pasar por lo que no es. No pasa nada. Entra dentro del juego. Salvo que me hagan quedar como un pederasta o un criminal del holocausto, no pasa nada. Los lectores que se asomen a tu obra te van a entender y los demás, que no lo hagan.
Un libro que te ha dado muchos titulares es La España vacía, ¿Cuántas veces te han preguntado si te esperabas el éxito de este ensayo?
¡Debería haberlas contado! Me lo han preguntado tantas veces que llega un momento que no te llega a enfadar, porque a mí me da igual todo, pero si es verdad que entiendes que hay un fondo de que te están llamando gilipollas. Si insistes tanto es que no me merezco el éxito: “Pero tú, gilipollas, cómo estás aquí”. ¡Dímelo a la espalda! No me llames tonto a la cara. No termino de entender el objetivo de esta pregunta. El éxito está ahí y no he conspirado para tenerlo. Además, intentar darle explicaciones es casi como pedir perdón. Entendía que era una pregunta para romper el hielo, pero se ha acabado convirtiendo en una especie de maldición que se repite una y otra vez.
¿Te ha dado miedo que te encasillaran con La España vacía?
La mirada de los peces me ha venido muy bien porque yo no quiero convertirme en un gurú de La España vacía, no quiero apropiarme del tema. No quiero que el tema me fagocite ni ser yo un estandarte del tema. Los debates tienen que ser plurales porque si no, no son debates. No es mi tema y no quiero dedicar mi vida a ello. Tengo más intereses y más discursos literarios. Y no quiere decir que lo abandone, probablemente escribiré más libros sobre lo que es España, porque me interesa, me gusta. Viajo mucho. Desde otro punto de vista abordaré la historia y la cultura de España, sin duda, lo voy a seguir haciendo. Pero no va a ser mi tema constante.
Y hablando de éxito. Estás siendo traducido al inglés, al italiano…
Bueno, la repercusión va creciendo, va poquito a poco. Lo cual me gusta porque he visto ejemplos de autores que han tenido mucho hype fuera. Y las traducciones son una maldición. Si no funcionan, te cierran el mercado. Si te traducen al francés y vendes mil ejemplares, estás muerto. Nunca más vas a ser traducido al francés.
Con lo cual, voy despacio pero funcionando. Se están interesando editoriales solventes que hacen apuestas de autor. En Italia es donde mejor me está yendo, han comprado ahora La España vacía para que salga en 2018.
Cada vez es mayor la presencia en América Latina, a mí me gusta ir creciendo poco a poco como he crecido poco a poco en España. Creo en el trabajo y quiero dedicarme a esto toda mi vida y prefiero un crecimiento sostenido a un pelotazo.
¿Qué prefieres que te llamen, escritor o periodista?
Ambas cosas, aunque periodista dejé de considerarme durante un tiempo. Abandoné el periodismo, pero me ha perseguido y ha vuelto hacia mí. Ahora estoy haciendo mucho trabajo periodístico aunque más de predicación que de reporterismo. No puedo abarcar todos los trabajos que me salen pero hago bastante, ¡cuando yo pensaba que me había retirado!
Lo que me sucede es que cada vez tengo barreras menos diáfanas. Cuando me ponía de periodista, me ponía de periodista y cuando me vestía de escritor, me vestía de escritor. Ahora son caras de la misma actividad. No encuentro grandes diferencias. Y, desde el momento en que decidí mezclarlo, tanto mi periodismo como mi literatura han mejorado.
En El País sobre todo escribes reportajes, ¿no?
Ahora voy a escribir una columna en política. Política a mi manera. Les honra. Con tanto politólogo, meter escritores a hablar de política —cosa que habían dejado de hacer— es un reto y me da mucha responsabilidad, pero me gusta. Creo que es una cosa interesante. Intento moverme por esas tierras de nadie.
Hay una cosa que tiene el periodismo —en España e imagino que en todas partes— que es una pequeña maldición, especialmente todo para los que venimos de la cultura. Y especialmente para los hombres. Porque esto es muy machista. Conforme más en serio te toman y más prestigio tienes, más hacia delante te vas y ocupas lugares de más prestigio en los medios. Y es en esos lugares donde está el debate político. No el debate cultural. El debate cultural es secundario. Se considera cosa de chicas. Es súper machista. Aunque tú te encuentres más cómodo en el debate cultural, tienes que ir escorándote hacia el lado político, donde igual no te sientes más cómodo, pero tienes que estar porque es donde ellos te colocan. Porque ha crecido tu nombre. Es una cosa muy machista porque le pasa mucho más a los hombres. Hay escritoras de prestigio que nunca pasan a ese lado porque son mujeres. Como si sólo los chicos pudieran arreglar el mundo.
Por eso yo estoy más cómodo en el espacio cultural... pero el éxito me obliga a abandonarlo.
¿Y qué piensas del impacto de tus columnas? ¿Lees los comentarios que te dejan?
Los comentarios que dejan en las webs no los leo nunca. Me impuse la norma hace tiempo porque la mayoría son malfollados y gente biliosa que no aporta absolutamente nada y lo único que hago es llevarme disgustos. Sólo miro lo que pasa en las redes y últimamente sólo en Facebook. Twitter lo leo en diagonal. Ya por una cosa de volumen: hay días que me pasaría leyendo comentarios y respondo muy poquitos. Cada vez leo menos.
Así que no soy muy consciente de las reacciones. Sí que soy consciente cuando un artículo tiene muchos clics y se rebota mucho porque se nota, aunque no tengas acceso al contador de visitas te das cuenta de que un artículo ha tenido impacto. A veces escribo cosas que creo que van a funcionar y no las lee nadie. Generalmente las cosas que más me interesan las lee menos gente. Escribes una chorrada y la lee todo Dios.