(Fotografía de Ryan McGinley)
Tina, de 7 años, ha sido violada en repetidas ocasiones.
Shandy, de 3, es la única testigo de un cruel homicidio que acabó con la vida de su madre.
Laura, de 4 años, se desnutre en una cama de hospital como reacción a la absoluta falta de afecto materno.
Leon es un adolescente manipulador, ha violado y matado brutalmente a unas chicas, y además le gusta alardear de ello.
El pequeño Justin no tiene cuna, sino jaula; su padre lo cría cual perro.
Y un grupo de niños y niñas temen enfrentarse al mundo real, después de haber sido atemorizados por la sangrienta secta en la que crecieron.
Estos son sólo algunos de los nombres y algunas de las historias que se recogen en el libro El chico a quien criaron como perro (Capitán Swing). Un diario de psiquiatría infantil firmado por Bruce Perry y Maia Szalavitz en el que Perry recuerda su trabajo con 10 de los casos más significativos que han pasado por su consulta.
Un cuaderno de atrocidades que sólo a veces, y con paciencia, tienen final feliz
Donde decimos significativos, nos referimos a tremendos. A los casos más extremos de menores que han sufrido traumas siendo aún muy pequeños y cuyo crecimiento personal, intelectual e incluso físico se ha visto afectado por sus vivencias.
Este cuaderno de atrocidades, con el que no habrá capítulo donde el lector no se sienta zarandeado, es en realidad una crónica de la inocencia interrumpida;un estudio del cerebro infantil y de cómo ciertas situaciones creadas por los adultos que rodean al niño, pueden convertir a este en una máquina sin sentimientos, en un obseso sexual, en una víctima de la anorexia, en un desconfiado o en una mente irreparable.
O en palabras de Bruce Perry, cuando no puede hacer nada ante casos como el de Leon —tan joven, tan falto de sentimientos, tan cruel y poco arrepentido de haber destrozado la vida de dos chicas de su edad—: “soy dolorosamente consciente de lo mucho que nos queda por averiguar”.
El propósito de Perry en estos textos es el de hacernos ver la importancia del cariño y el afecto para con nuestros hijos, así como la eliminación de los tabúes cuando hablemos con ellos, o la insistencia en tratar los problemas una vez, no dejarlos para el día siguiente, ir a la raíz para encontrar el daño y repararlo antes de que sea tarde.
Porque al contrario de lo que muchos piensan, en sus primeros años de vida los niños saben más de lo que parece. Sólo a través de gestos, tonos de voz o costumbres, un bebé puede intuir si el adulto lo cuida, si el entorno es seguro o si existe peligro.
«Déjame ver si lo he entendido bien —empecé—. Una niña de tres años presencia cómo violan y después matan a su madre. A ella misma le hacen cortes en el cuello y la dan por muerta.
»Se queda sola en su casa junto al cuerpo sin vida de su madre durante once horas. Después la llevan al hospital, donde le curan las heridas que tiene en el cuello.
»En el hospital, los médicos recomiendan someterla a tratamientos y evaluaciones continuas de salud mental, pero, una vez le dan el alta la envían a una casa de acogida bajo tutela estatal.
»Los SPI que se ocupan de su caso no consideran que necesite la ayuda de un profesional de la salud mental, de modo que a pesar de las recomendaciones de los doctores no recibe ninguna clase de ayuda.
»Durante nueve meses, la niña va de una casa de acogida a otra sin recibir ningún momento cuidados terapéuticos o psiquiátricos, y nunca se comparten los detalles de sus experiencias con las familias de acogidaporque la niña debe permanecer escondida. ¿Es así?»
El desamparo, la falta de afecto, nuestro empeño en pensar que un niño tiene toda la vida por delante y que “ya lo superará”. Bruce Perry derriba mitos y nos pone contra las cuerdas como lectores —y como padres— enseñándonos la parte más oscura de su trabajo, para que nos demos cuenta también de cuál es nuestra parte de culpa.
Lo más llamativo y lo que al final resulta más conmovedor e incluso indignante de El chico a quien criaron como perro, son las historias que no se cuentan.
Bruce Perry nos enseña cómo detener al trauma, aunque lo que de verdad quisiera es enseñarnos cómo evitarlo
Al fin y al cabo, aunque Perry explora y retrata aquí distintas capas de la sociedad estadounidense , lo que narra no dejan de ser historias del primer mundo, muchas de ellas aisladas y casi todas excepcionales.
Si ellos, desafortunados chicos blancos nacidos en familias blancas de clase media, son capaces de sufrir tantísimo dolor, ¿qué no serán capaces de sentir los niños que a diario se enfrentan al hambre, a la desigualdad, al terrorismo e incluso a la guerra?
Como Perry reivindica en varias ocasiones, hace falta amor. Pero no un amor hippie y superficial. Ni un amor cerrado a los egoístas núcleos familiares . Hace falta un amor más fuerte, hacia aquellos que vienen o están por venir.
De lo contrario, ¿cómo esperamos ser mejores?