Con robots que simulan ser bebés, Japón está alentando a las parejas a procear

El país nipón intenta resolver su problema de natalidad promoviendo el uso de bebés-robot para encender el deseo de querer tener hijos. Los expertos alertan sobre cuestiones éticas y técnicas no previstas.

 

A este paso, Japón podría convertirse en un país lleno de viejos en el que apenas nacen bebés. Las tendencias en materia de sexo y relaciones en el país del sol naciente preocupan también por su impacto demográfico: las previsiones hablan de que, de mantenerse el rumbo actual, en 2060 la población habrá quedado menguada a 87 millones de habitantes frente a los 127 millones actuales.

En el país nipón parece que la gente no se enamora. El 69% de los hombres está soltero y el 59% de ellas también. Una encuesta detectó que las citas son prácticamente inexistentes y que al final la gente se terminaba casando con amigos de toda la vida.

Muchos japoneses se acaban uniendo en matrimonio por respetar las convenciones o por no pasar el resto de la existencia en soledad. Faltan la pasión y el deseo, dicen los sociólogos. Y entonces los niños no nacen. Ni en este núcleo ni dentro de las parejas que se quieren. Al menos no en cantidad suficiente para darle la vuelta a los pronósticos que estiman que en tres décadas las personas de más de 70 años duplicarán en número a los jóvenes entre 15 y 30.

Con estas cifras, es lógico que haya sonado la alarma y que el país esté utilizando uno de sus mejores capitales, la tecnología, para alentar a los jóvenes a procrear. ¿De qué manera? Con bebés-robot que, se supone, deberían encender en las personas el deseo de querer tener un hijo.

Parece una medida desesperada, pero ¿podría ser efectiva?

 

Robots que lloran, gesticulan y mueven sus piececitos

Toyota hace poco lanzó a Kirobo Mini, un diminuto autómata destinado a "invocar una conexión emocional" con las personas, según explicaba la compañía. Este robot no se parece a un bebé, pero parpadea, gesticula, posee una voz aguda y es tan vulnerable como los niños. Kirobo, sin serlo, imita el comportamiento de un bebé.

 

 

No es el único. Yotaro es otro ejemplo de robot que cumple con la misma función, aunque éste es más realista debido a que tiene un rostro humanoide infantil. El autómata llora cuando "tiene hambre", moquea, mueve sus pies cuando se agita un sonajero y en su carita se dibujan una variedad de expresiones que pretenden responder a las caricias o a sus diferentes estados de ánimo.

 

 

Y uno se pregunta... ¿todo esto sirve o quita definitivamente las ganas de ser padre?

Experimentos realizados en EEUU y Australia con bebés robóticos que buscaban disuadir a adolescentes de embarazos tempranos y no planificados mostraron que eran precisamente aquellos a los que se les habían dado los autómatas los que acababan teniendo más hijos. Aunque las conclusiones no se pueden extrapolar indiscriminadamente, ya que también juegan un papel otras variables como la cultura, las edades o el nivel educativo, Japón parece haber adoptado el lema de "por qué no intentarlo".

 

Los autómatas lloran cuando "tienes hambre", moquean y son vulnerables como los niños

 

Mientras se intenta paliar un grave problema con esta medida, surgen las cuestiones en relación a la conveniencia y las posibles consecuencias de usar estos métodos.

Psicólogos y expertos en robótica llaman la atención sobre el hecho de que, desde el momento en el que se introducen robots con gestos y particularidades humanas, las personas establecen un vínculo emocional con ellos. Una fuerte unión que no debe de ser subestimada, al igual no que debe infravalorarse el hecho de que la inteligencia artificial con la que se dota a los autómatas les permite formar sus propias "relaciones" con los seres humanos.

 

 

En base a esos lazos emocionales, algunos se preguntan:  

Dado que se trata de bebés robots, ¿se debe permitir a los padres elegir las características de su autómata?

¿Un robot devuelto debe ser utilizado otra vez por una pareja distinta?

Si los padres tienen que cambiar a su robot porque se ha roto o porque quieren otro "más mayor", ¿cómo podría el apego emocional al primer niño emigrar a aquel que funcione como su reemplazo, dado que se supone que se trata de "la misma persona?

¿Qué sucede si el bebé-robot se estropea y con él se fractura dolorosamente la base emocional de "sus padres"?

El experto informático Mark Robert explica que algunos problemas, como el último, podrían solucionarse a través de actualizaciones de software como las de los teléfonos móviles o trasplantar diversos componentes, como si fueran unidades de disco de los ordenadores, para que el niño evolucionado retenga las mismas características y recuerdos.

Pero, ¿y si los padres ya no reconocen a su hijo? ¿Y si esto desencadena un daño psicológico y algo que se creía inofensivo acaba teniendo un impacto emocional?

¿Y si los bebés-robot terminan revelando que el problema de no tener hijos es mucho más complejo y profundo que unos simples índices de natalidad?

 

[Vía Quartz]

 

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