Estos son los verdaderos efectos que el poder produce sobre nuestro cerebro

cerebro líder

Arte PG

Intoxica, enfría, arranca a uno de la realidad. El poder embriga el cerebro, literalmente. La respuesta a cómo es posible que tantos banqueros estafen y tantos políticos se vuelvan corruptos radica en que los aires de grandeza parecen pegar una patada al proceso neuronal de las conocidas neuronas espejo.

Detrás de esa conducta arrogante y menos propensa a ponerse en los zapatos de los otros, existe una lectura cerebral. Sukhvinder Obhi, un neurocientífico de la Universidad McMaster (Ontario, Canadá), la ha observado bajo una máquina de estimulación neuronal transcraneal.

Las neuronas espejo son las que encienden una mímica inconsciente dentro de nuestras cabezas. Estas neuronas se disparan de la misma forma cuando realizamos una acción que cuando la vemos. Por eso, no hace falta vivir algo en carnes propias para sentir empatía: la parte del cerebro que usaríamos para acometer esa acción se ilumina también al observarla.

 

Sin embargo, las neuronas espejo parecen anestiarse cuando Wall Street nos dice que somos los amos, las revistas nos alaban y tenemos un séquito que hace reverencias y besa por donde pisamos. Los cerebros se lesionan. El espejo se rompe y se desencadena un déficit de empatía.

 

 

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Obhi no necesitó a poderosos. Le sirvieron dos grupos de estudiantes. Uno de control y otro formado por universitarios a los que en el experimento se les había endulzado el oído haciéndoles sentir poderosos. Al ponerles a ver un vídeo de la mano de alguien apretando una pelota, las imágenes cerebrales del primer grupo mostraron que se activaban los caminos de las neuronas espejo mientras que las neuronas de los del segundo parecían más anestesiadas.

En la realidad social, la ruptura del cristal del espejo implicaría dejar de reflejarse en las penas y dificultades por las que atraviesa la gente.

El poder intoxica anestesiando las neuronas espejo que permiten empatizar con otros

El freno a esa progresivo cambio cerebral de los que abrazan el poder es una permanente necesidad de poner los pies en la Tierra. The Atlantic narra dos ejemplos de los pusieron techo para que no creciera el ego desmedido provocado por el síndrome Hubris. Uno es el de Indra Nooyila, presidenta de PepsiCo, a la que cuando llegó a casa tras ser nombrada ejecutiva en 2001 , su madre le espetó que dejara la corona en el garaje. El otro, es el de Winston Churchill. Su esposa Clementine ejercició de contrapesoreprochándole "deterioros en su conducta" cuando se crecía y actuaba despectivamente hacia las personas de su entorno.

 

 

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Pero si banqueros y políticos no tienen a la madre Nooyila ni a Clementine, para que no se lesionen sus cerebros basta leer historias de gente común, leer las cartas de los ciudades o salir por barrios que no son de la jet. Algo parecido a lo que está haciendo el fundador de Facebook Mark Zuckerberg al iniciar una ruta por todo EEUU para entrevistarse con los ciudadanos corrientes. Los líderes no deberían permitirse el lujo de desconectar.

 
 

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