Según la ciencia, es prácticamente imposible cambiar las convicciones políticas de alguien
Un estudio demuestra que cuando se trata de discutir de política, nuestro cerebro se toma la discusión como si fuera un ataque a nuestra identidad.
En época de reuniones entre familiares y amigos, es inevitable que los temas políticos surjan entre plato y plato. Al igual que es inevitable que esos temas vengan acompañados de una discusión, presentación de posturas y, si la cosa se va de las manos, improperios verbales.
¿Por qué es tan difícil que alguien valore la opinión del otro, e incluso llegue a plantearse cambiar su postura inicial o sus creencias en base a lo que otros explican o cuentan, cuando se trata de política? ¿Tiene algo que ver el tener una mente más abierta con nuestra inteligencia?
Un equipo de psicólogos cree tener la respuesta a estas preguntas. En un estudio publicado en Nature, los investigadores tomaron una muestra de 40 personas, liberales autodeclarados, para cuestionar sus creencias.
Con la ayuda de una resonancia magnética funcional, los psicólogos comprobaron que cuando se cuestionaban principios firmemente arraigados, se producía una mayor activación en las partes del cerebro que corresponden a nuestra propia identidad y las emociones negativas.
En amarillo las partes del cerebro que se activan cuando se procesan enunciados políticos. En verde y azul los no políticos.
Para realizar el experimento, los 40 participantes leyeron 8 frases políticas y 8 no políticas. Cada enunciado fue seguido de 5 retos que se componían de una o dos frases que proporcionaban un contraargumento al enunciado primero.
Entre los enunciados políticos se usaron frases como "el aborto debería ser legal" o "se deberían aumentar los impuestos a los ricos". En los enunciados no políticos se propusieron frases como "Thomas Edison inventó la bombilla" o "tomar multivitaminas mejora la salud de los humanos".
Kaplan y sus colegas comprobaron que cuando se leían las declaraciones políticas, había un aumento de la actividad en las regiones del cerebro que responden de la memoria, la identidad y las emociones negativas. De acuerdo al equipo, no es difícil presuponer que es precisamente en esas zonas donde se encuentran los obstáculos que nos impiden aceptar los hechos que no concuerdan con nuestras opiniones políticas.
De hecho, el equipo consiguió construir una tabla en la que se muestra la facilidad que tenemos para cambiar de opinión sobre un tema. La tabla demuestra que es mucho más fácil que dejemos de creer en los logros de Edison a que cambiemos nuestra opinión sobre el aborto, la inmigración o el matrimonio homosexual.
Las posibilidades de cambio ante estímulos de carácter político y no político. Cuanto más grande la columna más elasticidad de pensamiento.
"La responsabilidad principal del cerebro es cuidar del cuerpo para proteger el cuerpo. El 'yo' psicológico es una extensión del cerebro de eso. Cuando nuestro 'yo' se siente atacado, nuestro cerebro utilizará las mismas defensas que utiliza en las protección del cuerpo", aseguró a Vox Jonas Kaplan, psicólogo que formó parte del equipo del estudio.
Es decir, la frase célebre de Groucho Marx "estos son mis principios, si no le gustan tengo otros", realmente no funciona a nivel cerebral. O en otras palabras: si nos lo propusiéramos, tendríamos más posibilidades de convencer a alguien de que la ley de la gravitación universal no fue propuesta por Isaac Newton que de conseguir que un defensor de la pena de muerte crea que esa forma de castigo no tiene influencia sobre la disminución de la criminalidad.
No es difícil presuponer que es precisamente en las zonas activadas donde se encuentran los obstáculos que nos impiden aceptar los hechos que no concuerdan con nuestras opiniones políticas
A pesar de los resultados del estudio, el equipo nos recuerda que la muestra de 40 personas es demasiado pequeña para establecer unas conclusiones firmes. Sin embargo, saber cómo reacciona nuestro cerebro en política explicaría cosas como que ciertos movimientos que despiertan entusiasmo de las masas no son más que una confirmación de sus convicciones.
Aunque, el mismo estudio también puede ser llevado a un extremo que rozaría la distopía totalitaria: si sabes cómo funcionan los principios de alguien, sabes lo que debes hacer para cambiarlos.