Según la ciencia, si te dejas guiar por tus emociones, decidirás mal

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Pongamos el caso de que tienes que tomar una decisión complicada, una de esas que van a afectar a tu vida de verdad. Cada vez que crees tenerlo claro, las otras opciones vuelven a rondarte la cabeza y llenarte de dudas. En un rato vuelves a estar como empezaste: jodido, maldurmiendo y con la cabeza hecha un lío.

¿Deberías currarte una reflexionada lista de pros y contras o más bien dejarte llevar por lo que te dicen las tripas?

 

 

 

 

Muchísima gente no dudaría en recomendarte la segunda opción: escucha a tus tripas, o a tu corazón, o a la parte de tu cuerpo en la que creas que se acumulan las decisiones que valdrán la pena a cinco años vista. Para el colega aconsejador, el "haz lo que sientas" es jugar sobre seguro: si le das al aconsejado el último empujoncito hacia una decisión horrible, al menos sabes que se sentirá bien haciéndolo.

 

 

 

"Haz lo que sientas" puede ser el peor consejos que podemos darle a alguien.

 

 

Pero de acuerdo con la investigación de Jennifer Lerner, una profesora de política y gestión pública en la Universidad de Harvard, puede que ese sea precisamente el peor camino que podemos tomar.

En una serie de estudios que publicó recientemente junto a Christine Ma-Kellams en el Diario de Personalidad y Psicología Social de la Universidad de La Verne encontró que, cuando los sujetos trataban de aconsejar pensando en las emociones del otro, juzgaban la situación de forma más precisa si lo hacían de forma sistémica (es decir, teniendo en cuenta el máximo número de elementos relacionados con la cuestión) que si confiaban plenamente en su intuición.

 

 

 

 

De hecho, gran parte de la investigación de Lerne se centra en cómo las emociones pueden influenciar la toma de decisiones, y no siempre para bien.Tus tripas, en la medida en la que puedan estar reflejando tus emociones, pueden llevarte a escoger peor.

 

Las personas enfadadas confían más en los estereotipos y son más ansiosos a la hora de actuar.

 

Tomemos como ejemplo la ira, una de las emociones que Lerner y otros psicólogos entienden mejor. Donde el miedo genera incertidumbre, la ira infunde confianza. Las personas enfadadas son más proclives a culpar a individuos que a la sociedad o el destino. La ira hace a la gente más propensa a tomar riesgos o minimizar sus consecuencias. Otros investigadores han demostrado que las personas enfadadas confían más en los estereotipos y son más ansiosos a la hora de actuar y anhelan más intensamente una recompensa.

 

 

 

 

Sorprendemente, la felicidad tampoco es mucha mejor consejera. Diversos estudios han demostrado que las personas que están con un estado de ánimo positivo ponían mucha fe en la forma del mensaje, más que en su calidad o la fiabilidad de la fuente.

Bajo ciertas circunstancias la tristeza puede ser favorable, ya que fomenta el pensamiento sistémico. Una ligera melancolía, aunque no parezca un planazo, te hará pensar de forma más racional, sopesando todas las opciones.

 

 

 

 

Parece que no hay ningún estado de ánimo que te ponga en el estado mental perfecto para tomar decisiones. ¿Así que, que carajo hacemos? Pues parece que la mejor filosofía es aceptar que vas a tener emociones, pero tratar de mantenerlas a raya e intentar que no influencien en nuestras reflexiones.

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